Por Víctor Pineda R.
Ayayaycito. Cada vez cuesta más encontrar un medio, del tipo que sea, que nos llene la cara de sonrisas, nos levante el ánimo y nos haga cantar como Louis Armstrong, “what a wonderful world”.
Nos dimos a la tarea de buscar por diversos portales noticias alentadoras, alegres, optimistas. Un día entero dedicamos a ese afán, pero al final de la revisión nos dieron ganas de escuchar un concierto de reguetón, comer una olla entera de cochayuyo, con una caña de cicuta para refrescar el gaznate. Que me perdonen los buenos para el coyofe o el coyoy, como le dicen en mi añorada Lota, pero nunca he podido pasarlo más allá de los dientes.
A lo que voy es que parece empeorar el panorama que describimos hace algunas semanas, cuando nos quejamos amargamente del panorama informativo.
No encuentro motivos para salir a la calle abrazando a los vecinos y vecinas ni para sonreír a mis ocasionales compañeros de viaje cuando tomo la micro.
Partamos por la economía. El Fondo Monetario Internacional nos mandó un mensaje lapidario, impensable hace algunos años: Chile será el único país de América Latina que tendrá una caída en el Producto Interno Bruto en 2023. Sí, tal cual. Hasta el humilde Haití, con el millón de problemas que tiene encima va a crecer más que nosotros, y Venezuela, a pesar del inefable Maduro, también va a levantar un poco la cabeza.
No quiere decir que de golpe y porrazo vayamos a pasar de la cabeza a la cola del monstruo, pero los demás se nos van a acercar, lo que es bueno para ellos, pero también es una demostración de que nos falta un golpe de timón para no seguir atornillando al revés.
En materia de economía doméstica, algo que en todos los hogares saben más que este humilde servidor, tampoco se ve blanca y radiante la novia, aunque los expertos anticipan que la inflación va a estar más contenida. Este último punto es derechamente positivo, porque dormir pensando en cuánto va a estar el pan o la carne al día siguiente es toda una tortura.
Pasamos ahora por un tema que en las últimas semanas nos tiene tensos, de capitán a paje.
Son los hechos de violencia que con tanto fervor difunden los principales canales de televisión. A mí me preocupa de sobremanera la pérdida de respeto a la autoridad que se observa en diversos aspectos de la vida nacional.
Los ataques a Carabineros, que en nuestros tiempos no pasaban de tradicional grito de “paco cu…” ahora se manifiestan con violencia descontrolada, que, en algunas ocasiones, como las que hemos visto en los últimos días, terminan con la vida de un uniformado. ¿Y por qué no se defienden mejor?, se pregunta mucha gente. A mí me parece que hay instrucciones severas para que no respondan con la misma dureza que son tratados, porque si lo hacen hay interesados en apuntarlos con el dedo como responsables de lo sucedido. Seamos claros, porque también han cometido errores de procedimiento que han tenido un mal final, lo que les ha jugado en contra.
Sin embargo, ver policías muertos por hacer la pega como ocurrió con el sargento Retamal, solo hace pensar en la necesidad de una severa pena para el responsable.
No se puede negar que a ratos da miedo lo que está pasando. Hasta en nuestras otrora tranquilas regiones operan grupos derechamente peligrosos, con buena logística y arsenales propios de un cartel mexicano.
Además, todo lo que creíamos reservado para las mayores urbes del país, como portonazos y atracos a la luz del día, ya se instaló entre nosotros. Dos colegas nuestros sufrieron el robo de sus vehículos y en uno de estos casos fue a mano armada y delante de la pequeña hija de la propietaria del auto. Malditos.
Menos mal que los índices de contagios por coronavirus muestran números descendentes, aunque los especialistas llaman a tomar todo con precaución, porque en cualquier momento. Así que a no aflorar ni creerse invulnerable. Todavía no tenemos la píldora maravillosa que nos libre de todo mal.
Por último, a todos nos amarga ver el accionar de los patudos. No son delincuentes propiamente tales, pero cometen tantos abusos que igual nos afectan. Van desde los que pasan en bicicletas sobre las veredas, los que corren en algunas avenidas como si estuvieran en Monza, los que no dejan transitar por las calles céntricas, los que suben los precios a destajo y sin razón aparente, los que se estacionan en plena vía y arman taco, los que pasan con luz roja a sabiendas de que no les va a salir ni por curados, los que creen que las ciclovías son tierra de nadie. Son muchos más, pero ya no me acuerdo de todos.
¿Qué habrá visto el gordo Armstrong cuando cantó con tanta gracia y entusiasmo que vivimos en un mundo maravilloso? Y, que conste, no quisimos meternos en la locura de Putin y su amenaza de guerra nuclear, porque en ese caso terminaríamos amarrándonos un riel en el cuello y buscando la playa o río más profundo que se cruce en nuestro camino.
Necesitamos esa píldora maravillosa, que nos ayude a soportar a tanto malvado suelto.
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