¿Tiene resueltos sus compromisos navideños? En otras palabras, ¿ya tiene un regalito para cada una de las personas que pueden esperar un gesto y un gasto suyo?
¿Es de los que hicieron “peure” el sueldo y todas las tarjetas de crédito para reforzar su imagen de sólido(a) y géneros(a) o forma filas de los pocos(as) que saben contener las ganas de quedar bien con todos y se van por el lado de la moderación?
No me diga que es de aquellos a los que les importa un comino la opinión ajena y opta por una austeridad espartana, lo que en otros términos significa que no se compra ni un par de calcetines para usted mismo(a).
En este último caso pueden concurrir cuatro factores: a) es pragmático y prefiere dejar los chicharrones para otro ítem, como una buenas vacaciones, por ejemplo; b) es de los y las que no están ni ahí con la Navidad porque sus creencias apuntan hacia otro lado; c) realmente está en un momento financiero difícil hasta el punto que hacer obsequios lo deja aún más desestibado(a) y d) es un(a) intransigente cagado(a), de esos que nunca han hecho un regalo, pero que aceptan con alegría cuando les llega uno.
Bueno, el comercio, en todas sus ramificaciones y variantes, es muy sabio, y hace mucho que maneja las distintas fórmulas para mantener satisfechos a todos los homo sapiens a su alcance. Sobre todo, en fechas como ésta.
Los que tenemos más años que los que nos gustaría tener, recordamos que en nuestra primera infancia los queridos viejos no se hacían muchos problemas en diciembre. No había indicios del bombardeado neoliberalismo, así que la gente no competía tanto por lucirse con los juguetes más rompedores de esquemas o las pintas más extravagantes que ofrecía el diminuto mercado nacional.
Las niñitas esperaban una muñeca y los varoncitos soñaban con un balón de fútbol.
Más excepcionales eran las bicicletas, los triciclos para los(as) más chiquititos(as), los carritos de bomberos, los camiones tolva y una que otra máquina rara para ellos.
Aunque hoy parezca increíble, las pequeñas se mostraban felices con una cocina con ollas o una plancha para jugar a las comadres que se visitaban.
Seguramente lo que más se veía por las calles el 26 de diciembre era la primera etapa para llegar a ser un Leonel Sánchez, un Jorge Toro, un Alberto Fouillioux o un ídolo local, ya que la pelota la llevaba, por lejos. Era, generalmente tosco, de discutible redondez, color cuero natural, sin marca conocida. Las esferas perfectas de Adidas, Nike o Puma aparecieron bastante después.
La cultura consumista se fue instalando de a poco. Cuando aparecieron las cadenas de grandes tiendas y cuando se produjo su expansión a todas las regiones ya se había perdido la antigua forma de vida.
Los juguetes se volvieron más complejos, hasta llegar a lo que conocemos en estos días.
Para saber de qué se trata todo esto, hay que ser o creerse joven. A los que estamos pasaditos se nos hace difícil poner a funcionar estos artefactos infernales, como que conozco a gente de mi edad que ni siquiera quiso dar la pelea por ponerse a tono y todavía trasladan en los bolsillos la plata que acaban de sacar de debajo del colchón, porque las únicas tarjetas que conocen y manejan (hasta por ahí) es la de Fonasa y el carné de identidad.
Ellos(as) todavía buscan tarjetas navideñas, de esas que se enviaban por correo postal y no quieren convencerse de que están más pasadas de moda que una máquina de escribir y hoy es más fácil, cómodo y barato conseguirse un monito simpático por whatsapp o correo electrónico.
No voy a descubrir ahora la importancia del manejo de las tarjetas, por pérfidas que a veces se pongan.
Ad portas de Navidad, por ejemplo, una tarjeta bien usada evita filas, empujones, pisotones, levantadas tempraneras rumbo al banco o a la multitienda. Lo importante, como en todas las cosas de la vida, es no pasarse de la raya, porque los cobros por atraso son implacables.
A propósito de esto, las cifras dadas a conocer por expertos (estos sí que están de moda) señalan que un 70 por ciento de las ventas de las grandes tiendas se hacen mediante la consabida tarjeta.
¿Qué se teje para este 25 de diciembre? En la publicidad televisiva del momento sobresalen los perfumes de los nombres más exclusivos y, para variar, los artefactos electrónicos, partiendo por los celulares, que están cada día más complejos, y las tentaciones para parar en la mesa.
Y aquí sí que estamos en problemas, por los desorbitantes precios de carnes, bebidas, verduras y todos los complementos de una cena que todos esperan que sea excepcional, aunque sea por un día, como olvidándose que una semana después llega la hemorragia del Año Nuevo.
Aquí llegamos a la eterna contradicción del chileno medio, que este año la ha tenido dura y que sabe que el próximo será peor, pero como que trata de mirar para otro lado para no chocar con la realidad. Sin embargo, ¿cómo se podría negar a la gente que trate de pasarlo bien en estas fechas que tradicionalmente han sido sinónimo de fiesta a morir?
No es fácil enfrentar este intríngulis, pero esperamos que cada uno de nosotros lo sabrá tomar con altura de miras, sobriedad y responsabilidad.
A no perder el ánimo. ¡Feliz Navidad!
Víctor Pineda Riveros
Periodista
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