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Por Mario Guarda , 23 de octubre de 2019

Columna de opinión: Los jóvenes del 2019, la generación que creció sin conocer el miedo

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La explosión social que iniciaron los jóvenes tiene un solo origen; la clase política se hizo la desentendida durante demasiado tiempo proponiendo cosas pero sin cambiar nada, los de derecha y los de izquierda se hicieron viejos en los cargos y se niegan a dejarlos.

¿Qué pasó? ¿Cómo fue que llegamos a esto y no lo vimos venir a tiempo? “Nuestro país es un verdadero oasis” declaraba el presidente Piñera desbordante de entusiasmo y optimismo, nada malo podía ocurrir, por algo vivimos en la copia feliz del Edén, no como otros países tan inestables como Venezuela y Ecuador.

El anuncio de un alza en las tarifas del metro junto al desubicado comentario del ministro de Hacienda llamando a los usuarios a madrugar para ahorrar con la tarifa más baja indignó a Santiago, pero los que decidieron pasar a la acción fueron los jóvenes, que convirtieron la evasión en el actual estado de excepción con toques de queda en las principales ciudades de Chile, sumando finalmente al grueso de la ciudadanía y poniendo al gobierno y los políticos en la más incómoda y desesperada situación.

Y son los jóvenes los que siempre reaccionan primero, porque no tienen nada que perder, al contrario de los que ya tenemos sus años encima, que sentimos que podemos perder mucho, por eso nos ponemos más conservadores y reacios a las acciones radicales. 

Y es que estos jóvenes del 2019 crecieron sin conocer el miedo, no arrastran consigo los traumas de 1973 y de los años ochenta, pero ven a sus familias tratando de salir adelante con malos sueldos, acudir sin esperanza a la salud pública, acceder a la educación pública sin recursos y esperar una jubilación de mierda, a la vez que son testigos de que el agua potable, la electricidad, los recursos naturales, incluso la salud y la educación son el negocio de otros ciudadanos que son en realidad superciudadanos, dueños de la mayor parte de la riqueza de Chile.

Por otro lado queda la sensación de que la justicia parece dejar a los poderosos un ancho corredor para no sufrir consecuencias proporcionales a sus faltas o delitos, con sentencias a clases de ética para los coludidos, y perdonazos millonarios para los irresponsables que evaden impuestos, mientras en las poblaciones claman por soluciones contra la delincuencia y el arribo de la narco-cultura.

Todo eso con el respaldo de la clase política que no está en sintonía con la ciudadanía, clase política preocupada de continuar 30 años gloriosos para un sistema que ha asegurado crecimiento económico, riqueza que obviamente no ha sido para todos, asegurando privilegios para unos pocos.

La explosión social que iniciaron los jóvenes tiene un solo origen; la clase política se hizo la desentendida durante demasiado tiempo proponiendo cosas pero sin cambiar nada, los de derecha y los de izquierda se hicieron viejos en los cargos y se niegan a dejarlos para que nuevas generaciones traigan ideas frescas en sintonía con los ciudadanos. No solo los parlamentarios caen en ese vicio, un ejemplo claro de ello lo dio la alcaldesa de Viña del Mar, en el cargo desde el año 2004, quien hace algunos meses declaró “quiero morir siendo alcaldesa”, cuando esa decisión no es personal sino de la ciudadanía que sufraga.

Por eso, honestamente esta situación se habría dado sea quien sea que hubiese estado ahora en la presidencia de la República, este estallido social no se quedó solo en el estallido sino que continúa supurando producto de la vieja infección que lleva a lo menos 30 años afectando al 80% de los chilenos y chilenas que exigen soluciones, pero el presidente en lugar de reconocer las exigencias ciudadanas declara la guerra a un enemigo que ni siquiera es reconocido por el general Iturriaga, Jefe de la Defensa Nacional, quien de manera responsable dijo “yo no estoy en guerra con nadie”, aunque tampoco hay que desconocer que se denuncia (y se ve) represión e incluso muertos en las calles.

Como sea, la ira inicial de a poco se irá descomprimiendo, sin embargo eso no significa que las grandes demandas de fondo sean retiradas, el malestar continuará ahí exigiendo respuesta y soluciones acorde a lo que la ciudadanía necesita y pide, el problema es que esa clase política que hoy está en el poder, gratamente funcional al modelo de país que nos impusieron hace décadas, se demora en reaccionar de acuerdo a lo que se espera en la nueva época que estamos viviendo. 

Esos políticos ya no son referentes, Chile es un país con autoridades pero sin líderes, no existen figuras carismáticas que convoquen a la ciudadanía, por eso hay tanta gente nostálgica de Allende y de Pinochet, si hubiera renovación de ideas con personas más jóvenes ganando espacios, esas 2 figuras de otra época serían eso; figuras de otra época, pero como no hay nuevas voces se recurre a ellos como último refugio cuando no se ve más salida.

Hoy Chile pide a gritos liderazgo más que autoridad, y sin embargo cuando necesitábamos un líder, nuestro presidente decide partir a Colombia para ser líder de Latinoamérica contra el dictador Nicolás Maduro. Cuando Chile con desespero pedía soluciones para enfrentar la sequía, nuestro presidente se va a la ONU a dar un grandioso discurso para instalarse como líder de la lucha contra el cambio climático, y lo hizo tan bien para la prensa extranjera que hoy día esa misma prensa pide una explicación para saber qué pasó con ese Chile que en el discurso era un verdadero oasis, así de divorciado estaba el gobierno de su pueblo. Tristemente resultó que solo somos otra nación más, agobiada por la desigualdad y la indiferencia de los políticos en esta curiosa copia feliz del Edén.

Ante la pesada realidad podemos seguir contando con los jóvenes sin miedo, que van a crecer y, aunque a más de alguien no le guste, ellos serán la generación dominante dentro de pocos años, y exigirán que se hagan los cambios estructurales necesarios, no solo esas manitos de pintura en la fachada del país para que los vecinos de América crean que somos lo mejor del barrio.

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